El Padre de John G Paton

Una Clave de Su Valentía

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Founder & Teacher, Desiring God

John G. Paton fue un misionero a las Nuevas Hébridas, hoy llamado Vanuatu, en los Mares del Sur. Nació en Escocia en 1824. Mi mensaje en la Conferencia de Pastores era acerca de él por la valentía que mostró a lo largo de sus 82 años de vida. Cuando investigué las razones por las que era tan valiente, una de las que encontré fue el profundo amor que tenía por su padre.

El tributo que Paton rinde a su piadoso padre es, en si mismo, digno del precio de su Autobiografía, que aún se publica. Quizás es porque tengo cuatro hijos (y a Talitha), pero lloré al leer esta sección. Me llenó de un gran anhelo por ser un padre como él.

Había un "trastero" donde su padre iba a orar por norma después de cada comida. Sus once hijos lo sabían, reverenciaban el lugar y aprendieron algo profundo acerca de Dios. El impacto sobre John Paton fue inmenso.

Aunque todo lo demás acerca de la religión fuese barrido por alguna catástrofe impensable de mi memoria, o fuese borrado de mi entendimiento, mi alma vagaba de vuelta a esas escenas tempranas, y se encerraba una vez más en ese Santuario del Trastero, y, escuchando aún los ecos de aquellos clamores a Dios, arrojaba hacia atrás toda duda con la victoriosa apelación: "Él caminó con Dios, ¿por qué no iba a poder yo?" (Autobiografía, p. 8)

Nunca podré explicar cuánto me impresionaron en este tiempo las oraciones de mi padre, ni ningún extraño podría entenderlo. Cuando él estaba de rodillas y todos nosotros arrodillados alrededor en Adoración Familiar, él vertía toda su alma con lágrimas por la conversión del mundo pagano para el servicio de Jesús, y por toda necesidad personal y doméstica, y todos nos sentíamos como si estuviésemos en presencia del Salvador viviente, y aprendimos a conocerle y amarle como nuestro amigo Divino." (Autobiografía, p. 21)

Hay una escena que captura muy bien la profundidad del amor entre John y su padre, así como el poder del impacto sobre la vida de coraje y pureza sin compromiso de John. Llegó la hora de que el joven Paton dejase el hogar y fuese a Glasgow para asistir a la escuela de divinidad y convertirse en un misionero de ciudad en sus primeros años veinte. Desde su ciudad natal de Torthorwald hasta la estación de tren en Kilmarnock había un paseo de 40 millas. Catorce años después, Paton escribió,

Mi querido padre caminó conmigo las primeras seis millas del trayecto. Sus consejos, lágrimas y piadosa conversación durante ese viaje de partida están frescos en mi corazón como si hubiese sido ayer; y las lágrimas en mis mejillas ruedan tan libres ahora como entonces, siempre que el recuerdo me arrebata a aquella escena. Durante más o menos la última media milla caminamos juntos en medio de un silencio que casi no se rompió - mi padre, como era a menudo su costumbre, llevaba el sombrero en la mano, mientras su largo y fluctuante cabello amarillo (entonces amarillo, pero años más tarde blanco como la nieve) caía como el de una chica más abajo de sus hombros. Sus labios seguían moviéndose en oraciones silenciosas por mí, ¡y sus lágrimas caían rápidamente cuando nuestros ojos se encontraban en miradas en las que sobraban las palabras! Nos detuvimos al llegar al lugar de partida asignado; agarró mi mano firmemente durante un minuto en silencio, y luego solemnemente y con cariño dijo: "¡Dios te bendiga, hijo mío! ¡Que el Dios de tu padre te prospere y te guarde de todo mal!"

Incapaz de decir nada más, sus labios seguían moviéndose en una oración silenciosa; con lágrimas nos abrazamos y nos separamos. Corrí lo más rápido que pude; y, cuando estaba a punto de girar una esquina del camino donde él me perdería de vista, miré hacia atrás y lo vi todavía de pie con su cabeza descubierta donde lo había dejado - mirando en pos de mí. Mientras agitaba mi sombrero diciendo adiós, di la vuelta a la esquina y quedé fuera de la vista en un instante. Pero mi corazón estaba demasiado lleno y dolorido para llevarme más lejos, así que me eché a un lado del camino y lloré durante un tiempo. Después, levantándome con cuidado, trepé por el canal para ver si estaba todavía donde lo había dejado; ¡y justo en ese momento pude ver por un instante que él trepaba el canal para verme! No me vio, y después de que miró ávidamente en mi dirección por unos instantes, giró su rostro hacia casa, y comenzó a volver -con su cabeza aún sin cubrir, y con su corazón, siento que seguramente, aún levantando oraciones por mí. Lo observé a través de lágrimas cegadoras, hasta que su figura se difuminó de mi vista; entonces, apresurándome en el camino, me comprometí profundamente y a menudo, con la ayuda de Dios, a vivir y a actuar de forma que nunca contristase o deshonrase a un padre y a una madre como los que Él me había dado. (pag. 25-26)

El impacto de la fe, oración, amor y disciplina de su padre fue inmensurable. O padres, lean y sean llenos con anhelo.

Contigo en la batalla,

el Pastor John