Jesús no te dejará solo
Jesús y tú compartís el deseo por tu bienestar. Pero puede que no siempre estéis de acuerdo en el tipo de bienestar que es mejor para ti.
De hecho, en este momento puedes estar pensando que si Jesús se preocupara tanto por ti, no estarías lidiando con tanto dolor. Pero eso no es cierto. Lo que es cierto es que tú seguramente prefieres el bienestar que viene de la ausencia de malestar, mientras que Jesús prefiere que tengas el bienestar máximo de tu santidad.
Aun cuando puedas sentir frustración por una situación incómoda con la cual estás obligado a lidiar, Jesús realmente está buscando tu bienestar a largo plazo por medio de esa misma situación.
Es en estas situaciones donde Jesús promete estar siempre contigo (Mateo 28:20) y nunca abandonarte (Hebreos 13:5). Son las que pudieran ser poco reconfortantes, molestas o hasta dolorosas. Son las situaciones en las que pudieras desear que Jesús te dejara solo.
Pero es misericordioso que no lo haga, porque a menos que seas santo como lo es él, no tendrás el bienestar que más necesitas (Levítico 11:44; 1 Pedro 1:16).
El entrenamiento es siempre incómodo
Si eres cristiano eres discípulo de Jesús. Y por necesidad, un discípulo experimenta la disciplina. Un discípulo es un estudiante, así que la disciplina es entrenamiento. La disciplina de Jesús para ti, aunque sea severa (y es severa en ocasiones), no es la ira de Dios contra ti. Si estás tentado a creer eso, no lo hagas. Es tu incredulidad o el Enemigo los que te hablan. Cuando Jesús se hizo pecado por ti, eliminó de ti toda la condenación del pecado (Romanos 8:1).
No, la disciplina es entrenamiento. ¿Entrenamiento en qué? Entrenamiento en justicia (2 Timoteo 3:16). El programa especial de entrenamiento que Jesús ha diseñado para ti (él diseña un programa especial para cada discípulo) tiene una meta importante: enseñarte a confiar en él para todo. Esa es su meta para ti. Jesús quiere que aprendas a confiar en él en todo momento. Porque mientras más confíes en Jesús, más santo serás.
Ahora bien, la justificación solo por fe es una verdad gloriosa. Cuando confiamos por primera vez en la persona y obra de Jesús por el perdón de todos nuestros pecados y la promesa de la vida eterna, Dios nos acredita la justicia de Cristo, en unión con Cristo por medio de la fe. Somos salvos de la ira de Dios (Romanos 5:9) y en ese momento somos considerados santos, como Cristo es santo – porque estamos en Cristo. Es un momento de enorme bienestar.
Luego viene la escuela de la santificación. Los caminos de Dios no son nuestros caminos (Isaías 55:8). Primero, nos otorga el título y luego nos envía a la escuela. Es un sistema educativo excelente, ya que nos garantiza la graduación (Filipenses 1:6).
Sin embargo, en esta escuela las cosas se vuelven incómodas para nosotros. Jesús comienza a entrenarnos para vivir por la fe en él (Gálatas 2:20). Nos enseña a vivir la justicia que hemos recibido a través de la fe; él quiere que crezcamos en la experiencia de la santidad que nos ha dado; nos transforma a su imagen mediante la renovación de nuestra mente (Romanos 8:29; 12:2).
Jesús es un instructor amable – e implacable
Jesús es un instructor amable, pero también implacable. No estamos tan ansiosos por el crecimiento de nuestra santidad como lo está él. Tendemos a pensar que nuestros avances, por ahora, son suficientes. Podemos sentirnos tentados a pensar que Jesús es cruel por la cantidad de dolor al que nos somete. Pero la verdad es que no sabemos realmente lo que es bueno para nosotros.
Piensa en las experiencias de entrenamiento que te han brindado mayores beneficios. ¿Cuántas de estas experiencias han sido cómodas? Ninguna. Y mientras buscabas (o eras forzado a) alcanzar más excelencia en una disciplina, más riguroso fue el entrenamiento ¿cierto?
¿Cuántas veces quisiste rendirte? ¿Cuántas veces te preguntaste si valió la pena? ¿Cuántas veces te enojaste con tu entrenador, instructor, padre o jefe por exigirte más de lo que considerabas necesario? Si te rendiste, no porque el entrenamiento fuese malo, sino porque no quisiste esforzarte en él ¿cómo te sentiste? Cuando recuerdas hoy en día a un entrenador, instructor, padre o jefe que no dejó que renunciaras a lo que era mejor para ti ¿qué piensas de ellos?
Jesús es mucho mejor instructor que cualquiera de ellos. Todos nuestros instructores terrenales nos disciplinaban “como les parecía”, pero Jesús nos disciplina “para que participemos de su santidad” (Hebreos 12:10).
Jesús realmente quiere tu bienestar. Lo desea más que tú. Desea tanto tu bienestar que te hará sentir muy mal para dártelo.
Quiere darte el verdadero bienestar de aprender a temer únicamente a Dios, así que te brindará el malestar de enfrentar tus falsos temores.
Quiere darte el verdadero bienestar de descansar seguro en las promesas de Dios, así que te brindará el malestar de vivir en aparente incertidumbre.
Quiere darte el verdadero bienestar de compartir su humildad (Filipenses 2:3-5), así que te brindará el malestar de contrariar a tu orgullo.
Quiere darte el verdadero bienestar y la alegría de adorar solo a Dios, así que utilizará el látigo doloroso de la disciplina en el templo de tu corazón para eliminar a los mercaderes idólatras. Por lo tanto, esta es tu experiencia: “Al presente ninguna disciplina parece ser causa de gozo, sino de tristeza; sin embargo, a los que han sido ejercitados por medio de ella, les da después fruto apacible de justicia” (Hebreos 12:11, LBLA).
Por favor Jesús, no me dejes solo
Por lo tanto, si hoy te sientes "cansado y desanimado" en tu corazón (Hebreos 12:3) por el entrenamiento que Jesús creó para ti, únete a mí en esta oración:
Señor Jesús, perdóname por mi falta de visión y por la frecuencia con que, de forma pecaminosa, prefiero mi bienestar terrenal por encima del bienestar de mi santidad. Perdona la insignificancia de mi fe. Pese a las ansias de mi carne, mi espíritu ansía más tu voluntad para mí. Quiero compartir tu santidad y llevar el fruto apacible de tu justicia. Así que haz lo que sea necesario hasta completar tu obra en mí. Porque nada deseo más que confiar en ti en todas las cosas y en todo momento. ¡Por favor, Señor, hagas lo que hagas, no me dejes solo! Oro esto en tu nombre y por tu gloria. Amén.