Jesús murió por este momento
Con Cristo he sido crucificado, y ya no soy yo el que vive, sino que Cristo vive en mí; y la vida que ahora vivo en la carne, la vivo por fe en el Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí. (Gálatas 2:20)
Cuando el despertador sonó a las 4:59 esta mañana, pensé por una fracción de segundo en la completa realidad de la muerte y el presentarme ante un Dios completamente santo, sin nada que me recomiende aparte de mi propia vida.
El horror de este pensamiento solo fue sobrepasado por un flash de la realidad: Cristo Jesús murió por este momento.
Entonces el pensamiento desapareció.
Mi sentir inmediato fue el siguiente: esta es la esencia de lo que ocurre cuando alguien se convierte. Esta es la manera en que una persona descubre que Cristo Jesús es real. Es así como alguien llega a deleitarse en el amor de Cristo. De pronto, por primera vez, llegan a ver con los ojos del corazón y a sentir la realidad innegable de tener que encontrarse con Dios con cargo de culpabilidad.
El impacto de esa visión es devastador. Hace que se den cuenta de que la única esperanza es un Mediador. Parados solos, sin nada para recomendarlos aparte de su propia vida pecaminosa, están completamente perdidos. Si hay alguna esperanza de pasar la eternidad en la presencia de este Dios, necesitaremos un Redentor, un Sustituto, un Salvador.
En este punto de terrible crisis, nada brilla más que el evangelio de Cristo Jesús, «quien me amó y dio su vida por mí». En esa fracción de segundo, antes de que él estuviera ahí, se me concedió ver la oscuridad sobrecogedora y el horror del juicio; no fue una inferencia teológica, ni una conclusión meramente racional, ni un simple pensamiento, sino un vistazo con el ojo interior, con pleno conocimiento y sentimiento y seguridad.
Nuestro Dios es fuego consumidor. Él no verá maldad. Estamos completamente perdidos. Mi culpa fue tan enorme, tan real, tan incuestionable en esa fracción de segundo, que no existe ni la más remota posibilidad de dar excusas. Fue súbito, envolvente, e infinitamente desesperanzador.
En este momento Jesús es lo único que importa. ¡Oh Cristo! ¡Oh Cristo! ¡¿Puede mi corazón contener la oleada de gratitud?! ¡Oh Don de Dios, mi única y desesperada Necesidad!