Dios nos hace vulnerables e invencibles
No temerás el terror de la noche, ni la flecha que vuela de día (Salmo 91:5, LBLA)
Lo puedes ver en nuestras cerraduras, nuestros portones, nuestros sensores de movimiento, nuestros sistemas de alarma. Es evidente por el sinfín de contraseñas, los dígitos adicionales en la parte posterior de una tarjeta de crédito, las máquinas de rayos X y los escaneos de cuerpo completo en el aeropuerto.
Tenemos nuestros cinturones de seguridad y bolsas de aire, nuestros cascos, rodilleras y máscaras faciales. Tenemos pólizas de seguro, planes de jubilación y seguro social. Algunas personas llevan gas pimienta, una maza, o un silbato en un llavero. Afecta lo que comemos, a dónde vamos, cuánto ejercicio hacemos, con quién hablamos, qué decimos y cómo vivimos.
Estamos desesperados por un sentido duradero de seguridad y protección.
Somos vulnerables
A pesar de cualquier recubrimiento resistente y aparentemente intrépido que podamos exhibir en el exterior, en el fondo sabemos que somos vulnerables. Ser humano es ser vulnerable —siempre estar expuesto a ataques, desastres naturales, errores de cálculo, sabotaje, enfermedades, insuficiencia cardíaca y más. Anhelamos sentirnos seguros, pero la vida en este mundo está llena de riesgos y peligros —incluso cuando nos negamos a salir de casa.
Tenemos nuestras maneras modernas y medios tecnológicos para buscar seguridad, pero el anhelo por la seguridad no es un acontecimiento reciente. En el mundo antiguo, las ciudades construían murallas, los reyes cavaban fosos y los soldados llevaban armaduras y escudos.
Y, sin embargo, tan profundo como es el impulso en el corazón humano hacia la seguridad, no tenemos garantías de ello en esta vida. Por mucho que nos guste pensar que Dios protegerá a quienes Lo aman de cualquier problema que suceda, sabemos que esto claramente no es cierto por experiencia o por la Biblia. Dios no promete seguridad terrenal a Sus hijos en esta vida, aunque sí diseñó nuestros corazones para que desearan la seguridad —no para encontrarla en este mundo, sino en Él.
No estamos solos, abandonados o destruidos
Mejor que la simple seguridad temporal, que nos permitiría descansar sanos y salvos durante apenas setenta u ochenta años, la promesa que Dios hace a Su pueblo en el Salmo 91, y en toda la Biblia, es nuestra máxima seguridad —que no importa lo que nos suceda en este mundo, Dios nos tiene en Su mano. Él sabe. A Él le importa. Él está obrando en los peligros más grandes y los dolores más duros de la vida para tu máximo bien.
El Salmo 91 no promete que lo peor que este mundo tiene para ofrecer no vendrá sobre el pueblo de Dios, sino que cuando venga, no estaremos solos, abandonados ni destruidos. Su gracia es demasiado dinámica y poderosa para mantenernos simplemente fuera de peligro; Él nos sostiene en condiciones difíciles y nos lleva a la máxima seguridad. La seguridad que recibimos de Dios no significa que no habrá gran un dolor —físico, emocional y espiritual. Ser llevado en las alas de las águilas no significa que el polluelo nunca abandonó el nido, sino que cuando estaba aleteando y cayendo del cielo, incapaz de volar por sí mismo y salvarse, su madre acudió al rescate.
Jesús experimentó un gran dolor físico y una crisis emocional aún mayor cuando cargó con nuestro pecado y Se sintió desamparado por Su Padre. Pero las promesas del Salmo 91 Le dieron los medios espirituales para avanzar hacia el dolor del Calvario, no para huir de él. Sabía que Dios estaría con Él en el mayor problema y que Su Padre lo levantaría a la gloria de Su diestra. “Me invocará, y le responderé; yo estaré con él en la angustia; lo rescataré y lo honraré” (Salmo 91:15).
Él te levantará
El Salmo 91 encuentra su máximo cumplimiento en Jesús, y moramos en la sombra del Todopoderoso al morar en Jesús. Moramos en el refugio del Altísimo al refugiarnos, por fe, en el Hijo de Dios (Salmo 91:1). Le decimos a Jesús: “Refugio mío y fortaleza mía, mi Dios, en quien confío” (Salmo 91:2). Nuestra desesperación por una sensación duradera de seguridad y protección no estaba destinada a encontrar su hogar en este mundo. Pero si fuimos destinados a verdaderamente encontrar un refugio y fortaleza —en Dios mismo, a través de Su Hijo, quien resistió la cita del Salmo 91 que el tentador hizo contra Él.
Jesús sabía que la promesa de Dios acerca de ángeles guardándolo (Salmo 91:11-12) no Lo alejaría de la cruz, sino que Su Padre lo levantaría. Jesús tropezaría contra la piedra en el Calvario, pero al hacerlo, “hollaría al león” y “a la serpiente” (Salmo 91:13). En Cristo, no necesitamos temer el terror de la noche, la flecha que vuela de día, o cualquier pestilencia o destrucción (Salmo 91:5-6) —no porque seamos inmunes a las dificultades en este mundo, sino porque seremos llevados de manera segura a través de ellas hacia la seguridad definitiva.
Dios no se compromete a mantenernos alejados de todos los sufrimientos y problemas mundanos, pero sí promete estar con nosotros, rescatarnos en Su tiempo perfecto y honrarnos con gracia al caminar el sendero del dolor con un corazón de fe.