Dale tiempo a la Palabra para hacer su trabajo
Mientras leía mi Biblia recientemente, estas palabras me saltaron a la vista y captaron mi atención.
Nadie busque su propio bien, sino el de su prójimo (1 Corintios 10:24).
Quería seguir adelante, pero no podía. Pensé que ya sabía su significado, pero mientras más las veía, más implicancias personales que no había percibido antes encontraba. Para mí, estos momentos son a menudo el principio de los cambios en la vida.
¿Que nadie busque su propio bien?
Al ser un hedonista cristiano, primero tenía que asegurarme de que entendía bien lo que Pablo quiso decir con las palabras “nadie busque su propio bien”. Porque, desde luego, ¡se supone que busquemos nuestro propio bien! Esa es la única razón por la que cualquiera que encuentre un tesoro en un campo vende todo lo que posee para comprar ese campo (Mateo 13:44).
Pero no era eso a lo que Pablo se refería. A lo que se refería en los capítulos 8 al 10 era a la libertad cristiana. Quería asegurarse de que sus lectores entendieran que nunca deberían ejercitar sus libertades en Cristo si esas libertades ofenden a los demás. Puede que sea cierto que en Cristo “todo es lícito”, pero Pablo les recuerda a sus lectores que “no todo es de provecho” o “no todo edifica” (1 Corintios 10:23). Si nuestras libertades ofenden a otros cristianos o no cristianos, el amor demanda que renunciemos a nuestras libertades de modo que no destruyamos o inhibamos la fe de los demás (1 Corintios 8:11-13; 9:22; 10:28-29).
“Nadie busque su propio bien” quiere decir que nuestra prioridad no debe ser ir en pos de nuestras libertades, sino evitar destruir la fe de los demás. En este sentido, un verdadero hedonista cristiano nunca buscaría su propio bien por sobre la fe de los demás porque, como dice John Piper:
Por hedonismo cristiano no queremos decir que nuestra felicidad es el bien mayor. Queremos decir que ir en pos del bien mayor al final siempre redunda en nuestra mayor felicidad. Debemos buscar esta felicidad y perseguirla con todas nuestras fuerzas. El deseo de ser feliz es un motivo apropiado para toda buena acción y si abandonamos la búsqueda de nuestro propio gozo, no podemos sentir amor por el ser humano ni agradar a Dios.
Pero la parte de este pasaje que más me impactó fue la referida al “prójimo”. Mientras el texto permanecía frente a mí, parecía estar preguntándome: ¿En qué medida la fe del prójimo es tu prioridad? ¿Cuánto piensas en la fe de tu prójimo cuando eso afecta tu estilo de vida?
No estoy comiendo en ningún “templo de ídolos” (1 Corintios 8:10) hasta donde sé, aunque aún no he terminado con la investigación al respecto. No obstante, cuando reflexiono sobre el enfoque de Pablo acerca de la vida, cómo buscó para “todos [convertirse en] todo, para que por todos los medios salve a algunos” (1 Corintios 9:22), de nuevo me veo confrontado con las capas de mi egoísmo.
La meditación lleva a la transformación
Las implicaciones de 1 Corintios 10:24 aún no están del todo claras en mi mente y en mi corazón. Este pasaje todavía tiene que seguir hablandome. Tengo que darle más tiempo. Y esa es mi razón para escribir este artículo.
Cuando un texto capta nuestra atención, debemos darle tiempo para que haga su trabajo. El uso que el Espíritu hace de la espada de la Palabra de Dios (Hebreos 4:12) para penetrar en los lugares más profundos de nuestro ser y provocar la santificación y la transformación no siempre encaja nítidamente en una rutina devocional diaria o en un plan de lectura de la Biblia. A veces necesitamos despejar nuestro programa devocional diario, meditar sin prisa sobre un texto y luchar con él, explorar dentro de él y dejar que el texto explore y escudriñe nuestro interior.
Una meditación sin apuros es lo que lleva a una transformación mental (Romanos 12:2), lo cual lleva a una aplicación en el comportamiento, lo cual lleva a un cambio en el estilo de vida. Tal meditación puede requerir sólo 10 minutos, o puede llevar 10 meses. No obstante, el Espíritu guía y persiste.
Dale tiempo a la Palabra para hacer su trabajo.