Da el beso suave de la honestidad
“¿Y qué te pareció?”
Estaba caminando con un compañero de clase que acababa de dar una presentación. Su tono sugería que estaba felizmente inconsciente de los umms y los ehhs, de los dedos que jugueteaban con un botón de la camisa y del nombre alemán pronunciado mal una docena de veces.
“¡Buen trabajo!” dije.
Lo felicité por las partes de su presentación que me gustaron, mientras guardaba las críticas en algún armario de mi mente donde sus gritos quedaban más apagados. Compartiré esos pensamientos más tarde, me dije. Pero permanecieron en el armario, amontonados sobre otras críticas no compartidas, reproches ocultos y observaciones que, cómodamente, guardé para mí mismo.
En todo momento, fui rápido para racionalizar. No quiero hacerle daño… Solo estoy pasando por alto sus ofensas… Ahora no es el momento adecuado. Pero, poco a poco, otra voz se hizo más fuerte en mi mente. Me empujaba y pellizcaba y empezaba a mostrarme las cosas buenas que estaba reteniendo al guardarme mis comentarios: “Besa los labios el que da una respuesta correcta” (Proverbios 24:26, LBLA).
Cómo besar a tu prójimo
Para muchos, la crítica honesta se siente más como un enemigo que como un amigo. Odiamos recibirla, nos acobardamos en darla y fácilmente justificamos el retenerla. Incluso cuando la honestidad proviene de las personas que más nos aman —nuestros padres y cónyuges, nuestros hijos y amigos— a menudo la disfrutamos tanto como una bofetada o ser pisados en los dedos de los pies.
Pero el hombre sabio de Proverbios nos dice lo contrario. Cuando miramos a los demás a los ojos y les damos una palabra dura pero honesta, los besamos en los labios.
El beso que tiene en mente, por supuesto, no es francés, sino hebreo. Es un beso de amistad, favor y lealtad, como cuando Aarón besó a Moisés (Éxodo 4:27), Noemí besó a Rut (Rut 1:9) o David besó a Jonatán (1 Samuel 20:41). Es un beso desconocido en las culturas occidentales de hoy, y es uno que dice: “Me preocupo por ti; estoy de tu lado”.
¿Por qué es la honestidad como un beso de amistad y favor? Porque la honestidad de los demás nos mantiene en el camino de la sabiduría. Anteriormente en Proverbios, la Mujer Sabiduría nos dice: “Conforme a la justicia son todas las palabras de mi boca, no hay en ellas nada torcido ni perverso. Todas son sinceras [la misma palabra que para honestas] para el que entiende” (Proverbios 8:8-9).
La honestidad es una de las siervas de la sabiduría, enviada por ella para guardarnos del camino de la necedad. En su forma más domesticada, la honestidad cubre nuestra ignorancia con el autoconocimiento, como cuando alguien señala la espinaca que ha estado atorada en nuestros dientes desde el almuerzo. En su forma más seria, la honestidad nos libera de los engaños pecaminosos, como cuando alguien nos advierte que nuestros chismes frecuentes no son dignos del evangelio. En cualquier caso, la honestidad nos llama la atención, nos reorienta al mundo real y nos invita a disfrutar de la sabiduría que es mejor que la plata y el oro (Proverbios 8:10).
En mi falta de voluntad para criticar, había confundido la honestidad con un enemigo. Y había abrazado como a un amigo el lisonjeo, la alternativa necia a la honestidad.
El enemigo de la honestidad
A diferencia de la honestidad, el lisonjeo se siente muy amistoso al principio. Exhibe tus puntos fuertes y suaviza tus inseguridades. Respalda todas tus opiniones y menosprecia las faltas que otros encuentran. Así que, cuando me ví ocultando las críticas, correcciones y reproches, podía disfrazarlo fácilmente de amor.
Pero tal como había descuidado el elogio de la honestidad del hombre sabio, también había fracasado al escuchar sus advertencias sobre el lisonjeo. No había escuchado cuando dijo que los aduladores tienden una red a los pies de otro (Proverbios 29:5), que imitan la lengua sedosa de la adúltera (Proverbios 2:16; 7:5), que renuncian al favor a largo plazo de una persona por un momento de afecto (Proverbios 28:23).
Los besos aduladores son inoportunos (Proverbios 27:6). A menudo, muestran su afecto con una afirmación sin censura: “¡Fue una gran presentación!” “¿No quiso ir a una cita contigo? Ella no sabe lo que se está perdiendo”. “No puedo creer que ella no te haya invitado. Eres el mejor amigo que conozco”. Más sutilmente, pero tal vez con más frecuencia, el lisonjeo ve nuestra ignorancia y pecado y nos acaricia con el silencio.
Pero los besos del lisonjeo no son como los de la honestidad. En su forma más domesticada, el lisonjeo nos permite seguir con los mismos puntos ciegos de siempre. En su forma más seria, el lisonjeo se niega a confrontarnos en nuestro pecado, y simplemente nos saluda con amabilidad mientras deambulamos hacia un acantilado. Cuando ocultamos la verdad de los demás para mantener su buena opinión o evitar la incomodidad, todavía estamos dando besos, pero estos son menos como los de Noemí o David y más como los de Joab o Judas (2 Samuel 20:9-10; Lucas 22:47-48): muy amistosos al principio, pero pronto se vuelven contra nosotros.
Heridas que sanan
Cuando rehusamos abrazar el lisonjeo como amigo, no solo nos convertimos en portavoces de la sabiduría para aquellos en nuestras vidas. También les mostramos a Jesucristo, el Hombre lleno de gracia y verdad, amor y honestidad.
Un día, Jesús se encontró con un hombre que andaba dando tumbos por el camino de la necedad mientras se tapaba los ojos con las manos. Este hombre pensaba que había guardado los mandamientos de Dios desde su juventud: nada de asesinatos, adulterios, robos o fraudes. Pero debajo de ese exterior brillante había una podredumbre que llegaba hasta sus huesos. Amaba el dinero.
Cuando Jesús vio el autoengaño de este hombre, lo miró y, como Marcos nos dice, “lo amó” (Marcos 10:21). ¿Y cómo puso Jesús Su amor en palabras? No le dijo a este hombre lo que quería escuchar. No suavizó la verdad envolviéndola en las almohadas de alabanza, salvedades y “en mi opinión”. En cambio, se preocupó por su alma más que por su propia comodidad, y le dijo lo que nadie más diría: “ve y vende cuanto tienes y da a los pobres, y tendrás tesoro en el cielo; y ven, sígueme” (Marcos 10:21).
Para el rico y joven gobernante, la honestidad de Jesús se sintió como una herida, y se fue cojeando. No sabía que todo bien duradero que recibimos en este mundo viene del otro lado de la honestidad —la honestidad que primero nos abre una herida y expone nuestra ignorancia y pecado, pero luego nos sutura con sabiduría y gracia. Si nos apoyamos en ella, sus palabras nos herirán al principio. Pero luego las veremos como el escalpelo del cirujano y todas sus heridas como cirugías.
Amen así
Sin duda, un compromiso con la honestidad no exige que compartamos toda la verdad que podamos en todo momento, como una manguera con un grifo roto. Las personas sabias y amables saben cómo restringir sus palabras, así como cuándo decirlas (Proverbios 17:27); saben cómo dar una respuesta adecuada, y no solo una verdadera (Proverbios 15:23; 25:11). Ni siquiera Jesús trató con todos los defectos de sus discípulos a la vez.
Pero muchos de nosotros necesitamos escuchar el estímulo opuesto. Necesitamos recordar que a pesar de toda la incomodidad que la honestidad produce (tanto para el dador como para el receptor), una boca honesta es una fuente de vida (Proverbios 10:11), las heridas de la honestidad traen sanidad (Proverbios 12:18), y la honestidad que damos regresará a nosotros (Proverbios 12:14). En un mundo de pecado y autoengaño, la honestidad es un aliado indispensable.
La próxima vez que tengas la oportunidad de dar una respuesta honesta, no te acobardes. Saca tus críticas amorosas del armario. Acércate a la persona con la que estás hablando. Y convierte tus palabras en un beso de bondad.