Cuatro preguntas para mantener cerca de tu billetera
Es difícil imaginar cosas más criticadas en las Escrituras que el dinero.
Después de todo “la raíz de todos los males es el amor al dinero” (1 Timoteo 6:10, LBLA). Pablo no sólo dijo que éste puede ser una tentación para algunos o que es fácil apegarse a lo que el dinero puede comprar. Él dice que es la raíz de todos los males –de muchos, muchos males–. Pablo sigue diciendo: “por el cual, codiciándolo algunos, se extraviaron de la fe y se torturaron con muchos dolores”. Un apetito no saludable por el dinero hace que incluso personas de iglesia se conviertan en autodestructivos enemigos de Cristo. Está claro; si podemos contar nuestro más grande tesoro en dólares o centavos, nuestra alma está en peligro.
Pablo escribió 1 Timoteo 6 con los acumuladores y gastadores en mente (1 Timoteo 6:7). Pienso que no hay duda de que hoy en América ésta es la raza más común en nuestra historia de amor con el dinero –la clase de infidelidad en la que construimos casas más grandes, compramos las mejores cosas del mundo, y perseguimos vidas de mayor comodidad y lujo–. La codicia por más y más dinero para comprar más y más cosas es mala, y esta codicia irónica y trágicamente, roba y mata la vida y la felicidad que promete.
Probemos nuestro tesoro
Al final del día, cada uno de nosotros debe conocer su propio corazón y estar dispuesto a preguntars qué papel está jugando el dinero en nuestros pensamientos y afectos. ¿Es un medio para adorar a Dios o un medio para reemplazarlo? ¿Está nuestro presupuesto resaltando la suficiencia y el valor de Cristo o se ha convertido en una razón para gloriarnos en nuestro atesorar algo que no es Él?
Aquí hay cuatro preguntas que podemos hacer para ayudarnos a llegar al fondo de nuestro tesoro:
1. ¿Está mi gasto marcado por la generosidad cristiana?
Las personas enamoradas de Cristo y libres del amor al dinero sostienen sus dólares sin apretarlos e invierten en maneras que ayudan a otros a experimentar felicidad en Él. Gracias al evangelio, no estamos estancados en acumular para nosotros mismos o aferrándonos a cada vez más placeres terrenales e inferiores. Hemos muerto a las necesidades y deseos terrenales de nuestra pasada vida, y ahora nuestro dinero puede ser un medio de suplir las necesidades de otros, tanto físicas como espirituales.
Nuestro gozo en Dios debería estar abriendo un delta de libertad y generosidad donde antes había sólo una piscina privada. ¿Vemos y experimentamos libertad para desbordarnos hacia otros? ¿Nuestro gasto recuerda el sacrificio de Cristo a favor de otros? Esto es lo que hace que la generosidad sea cristiana. Se parece a Jesús. Alaba a Jesús. Apunta a Jesús, aun cuando se invierta horizontalmente en proveer y bendecir a las personas.
2. ¿Qué dice mi gasto acerca de lo que me hace más feliz?
El dinero no es el único recurso que podemos gastar (tiempo, creatividad, dones espirituales, energía, etc.), pero es una moneda que es universalmente respetada y aceptada. Especialmente en sociedades ricas donde se nos ha dado mucho, nuestro dinero tiene un poder significativo, y nuestro gasto hablará en voz alta.
Inevitablemente, pondremos nuestro dinero donde está nuestro corazón. Es una ley del amor. Nuestro gasto revelará nuestro deseo por Dios y por su fama en el mundo o nos ayudará a identificar nuestros ídolos. Si Dios nos hace felices, nuestro gasto en amor y ministerio a otros lo dirá. Si otras cosas han robado nuestro corazón, tenderemos a gastar recursos de valor en comodidades temporales y egoístas, y tendremos pocas sobras para el ministerio y las relaciones valiosas.
Tampoco hay duda de que el dinero por sí mismo no se puede convertir en nuestra esperanza para la felicidad. Ninguno de los que han ido a esa fuente han vuelto verdaderamente felices. Como Benjamín Franklin admitió: “El dinero nunca hizo a un hombre feliz, ni lo hará. Mientras más se tiene, más se quiere. En lugar de llenar un vacío, el dinero crea uno”. Espera en Dios y que el dinero sirva y resalte tu felicidad en Él.
3. ¿Sugiere mi gasto que estoy acumulando para esta vida?
Todo lo que podemos comprar en Amazon o en la tienda local es temporal. Si hay una eternidad ante nosotros, y si hay un Dios que satisface más que el mundo y todo lo que éste tiene, no podemos darnos el lujo de invertir demasiado en esta vida. El retorno es muy pequeño y muy efímero. Como John Piper dijo: “No hay camiones de mudanza detrás de los carros fúnebres” (Desiring God [Deseando a Dios], 188).
Más bien, debemos mantener nuestro tesoro en el cielo y poner tanto de nuestro tiempo, energía, y recursos aquí en disfrutar a Dios ahora y después, y ayudar a otros a hacer lo mismo. Cuando somos tentados a mantener y a acumular para nuestras pocas décadas aquí, hemos de recordarnos que disfrutaremos por siempre el fruto de las inversiones que, exaltando a Cristo, hagamos en personas y relaciones.
4. ¿Está mi gasto apoyando explícitamente la propagación del evangelio?
Miles de millones de personas en el mundo no tienen acceso –cero acceso— a las buenas noticias de Jesucristo. Si verdaderamente creemos el evangelio e invertimos nuestras vidas en su mensaje, entonces éste es el reto más grande en el mundo. No hay causa más digna, no hay tarea más crítica.
Si las personas han de ser salvadas, los creyentes deben estar dispuestos a pagar por ello. Para que el evangelio corra, debe haber hombres y mujeres que lo lleven, y para que ellos lo lleven, necesitan ser apoyados (Romanos 10:13-15). Estos deberían ser los más preciosos y gozosos dólares que gastamos. La palabra y el propósito de Dios no pueden fallar (Mateo 16:18), y cada conversión es una resurrección de la muerte a la vida en Cristo. El costo para la iglesia de los traductores, misioneros y el alivio de las necesidades no es nada comparado con los resultados eternos de las misiones mundiales.
Otra vez, Piper dice: “Si nosotros, como Pablo, estamos contentos con las necesidades simples de la vida, miles de millones de dólares en la iglesia serán dados para llevar el evangelio a las fronteras” (Desiring God [Deseando a Dios], 191). Las estadísticas son desalentadoras y aleccionadoras cuando se refieren al dar sacrificialmente entre los cristianos, especialmente en el dar para llegar a los no alcanzados. Colectivamente, tenemos los recursos para llevar el evangelio a estos lugares, pero no hemos todavía –de nuevo, colectivamente– tomado las decisiones y hecho los sacrificios para que suceda. Necesitamos preguntarnos si nuestro gasto está consistente y explícitamente moviendo el evangelio a las personas no salvas y no alcanzadas. Éste es un gozo que vale la pena presupuestar.
Empuñando nuestra riqueza
Hay muchas preguntas que podemos hacernos acerca de nuestro dinero. El objetivo con estas cuatro es mantener nuestro corazón y esperanza en Jesús, el único que realmente puede hacernos felices para siempre. No podemos darnos el lujo de evitar el dinero, porque Dios ha decidido que éste sea uno de los principales medios por los cuales la iglesia se propaga y crece. Pero por el bien de nuestras almas, debemos velar por nuestras billeteras.
Empuñemos nuestros recursos en contra del venenoso amor al dinero con todas sus promesas vacías y por todo lo que nuestro Dios, más precioso que el oro, está haciendo en nuestras familias, a través de nuestras iglesias, y en las naciones.