Sigue a Dios hacia quienes están solos y los que sufren dolor
Los niños que estaban delante de nosotros habían aparecido en alcantarillas, basureros, callejones y otros rincones desiertos de la ciudad. La mayoría de ellos habían nacido con discapacidades físicas o mentales: cargas demasiado pesadas para padres ya aplastados por la pobreza. Por lo que fueron dados por muertos.
Nuestro equipo había viajado al Cuerno de África principalmente para formar a un grupo de pastores locales, pero uno de nuestros jefes de equipo coordinó también una visita a un orfanato: mecimos a los lactantes, reímos con los niños pequeños, alentamos al personal y oramos sobre las cabezas de estos niños abandonados.
Al salir, el personal se reunió para darnos las gracias por venir. Al principio su agradecimiento parecía exagerado, desde luego mayor del que merecía nuestra corta visita. Pero empecé a entender cuando un hombre compartió con nosotros una frase breve pero sorprendente: «Nunca nos visita nadie».
Ningún visitante
Nunca nos visita nadie. Un mundo de actividad apresurada pasa por el orfanato todos los días: tenderos, profesores, agricultores, empresarios... pero nadie ha visitado nunca a estos niños al otro lado del muro. Abandonados al nacer, de nuevo vuelven a ser abandonados por unos vecinos demasiado ocupados para percibirlos.
Desde que volví a casa, me he preguntado sobre la gente de mi entorno que podría aplicarse las palabras que escuché en el orfanato. ¿Qué vecinos, qué miembros de la Iglesia, qué familiares ven pasar a un montón de gente mientras anhelan en silencio una visita?
Puede que los occidentales no pasemos por delante de muchos orfanatos, pero pasamos constantemente por delante de gente que se siente olvidada, descuidada y desesperadamente sola: las personas con depresión, los discapacitados, los inadaptados sociales, los afligidos, los ancianos. Aunque estén rodeados de gente a menudo, los que sufren dolor rara vez reciben visitas. Raramente encontramos a alguien que no se limite a dibujar una sonrisa mientras pasa, sino que se detenga, se siente y se quede un rato. Alguien que baje al lodo cenagoso de sus problemas complejos y ponga una mano sobre sus hombros.
¿Cuándo fue la última vez que te apartaste de tu círculo de amigos y familiares, anulaste la lista de cosas por hacer, y simplemente visitaste a alguien necesitado?
Discípulos que visitan
Por supuesto, podríamos pensar en una legión de razones por las que descuidamos visitar a las personas más dañadas entre nosotros. Sus problemas son espinosos y están arraigados, y no tienen soluciones rápidas. Su dolor puede agotar nuestras reservas emocionales hasta el fondo. Las demandas se nos echan encima en todas las direcciones: las necesidades de nuestras almas, los problemas de nuestra familia y amigos, y las tareas en el trabajo o el colegio.
Sin embargo, las Escrituras describen reiteradamente al pueblo de Dios como un pueblo que visita. Según Santiago, las visitas se acercan al centro de la sinceridad espiritualidad: "La religión pura y sin mácula delante de nuestro Dios y Padre es ésta: visitar a los huérfanos y a las viudas en sus aflicciones, y guardarse sin mancha del mundo". (Santiago 1:27, LBLA). Y de acuerdo con Jesús, visitar es una de las señales inconfundibles de sus ovejas: "Venid, benditos de mi Padre, heredad el reino preparado para vosotros desde la fundación del mundo. Porque... estaba... enfermo, y me visitasteis". (Mateo 25:34-36). Los discípulos de Jesús no solo predican, cantan, oran y sirven. Visitan.
Pero si no podemos escapar del requerimiento de la Biblia para visitar a los necesitados, tampoco deberíamos intentarlo. Los mandamientos de nuestro padre no son pesados quehaceres (1 Juan 5:3); son invitaciones alegres a la vida abundante que Jesús nos prometió (Juan 10:10). Y esto incluye las visitas.
Entre los muchos incentivos de la Biblia para visitar a los que sufren, hay que considerar sólo uno: cuando visitamos, imitamos a nuestro Padre y ofrecemos a los necesitados categorías para entender cómo es Dios.
Imita al Padre
Fundamentalmente, los cristianos visitan a los necesitados porque Dios lo hace. El Dios del universo es un Dios visitante, un Dios que nunca está demasiado ocupado para llamar a la puerta de los humildes y entrar durante un rato.
Puede supervisar las órbitas de sistemas solares lejanos, pero aún sigue siendo consciente del hombre, incluso del más pequeño de ellos (Salmos 8:2-4). Puede sentarse entronizado "en su santa morada", pero sigue siendo amigo de los huérfanos, protege a las viudas, y da hogar a los desamparados (Salmos 68:5-6). Puede ser "Dios de dioses y Señor de señores, Dios grande, poderoso y temible" pero sigue defendiendo la causa de los afligidos y, como una tierna enfermera, venda a los quebrantados de corazón (Deuteronomio 10:17-18; Salmos 147:3).
Cuando Zacarías alabó a Dios por la venida del Mesías, dijo: "Bendito sea el Señor, Dios de Israel, porque nos ha visitado y ha efectuado redención para su pueblo" (Lucas 1:68). Cuando Dios vino a la Tierra, hizo visitas para dignificar a los marginados (Juan 4:7-10), para ir a fiestas con los pecadores (Marcos 2:15-17), para tocar a los leprosos (Mateo 8:2-4), para escuchar a los olvidados (Lucas 18:35-43), y para resucitar a los quebrantados hijos de Adán del polvo de la muerte.
Cuando visitamos a los necesitados, estamos reflejando la imagen de nuestro Dios visitador. Nos sumamos a Jesús en los caminos del amor. Estamos siguiendo los talones de nuestro Padre.
Muéstrales a Dios
Visitar ofrece al que sufre categorías para entender cómo es Dios. Cuando visitamos, tomamos las promesas de Dios y les damos cuerpo, nuestro propio cuerpo. Damos testimonio de Dios sobre sí mismo y lo llevamos a salones y cafeterías, y a los porches delanteros de las casas. Y cuando lo hacemos, ayudamos a la gente desesperada a creer que Dios realmente podría ser tan bueno como Él mismo dice.
Cuando escuchamos a una persona deprimida de veintitantos años con paciencia inquebrantable, estamos personificando la invitación de Dios para venir y derramar su corazón delante de Él (Salmos 62:8).
Cuando nos hacemos amigos de un vecino autista y nos esforzamos para entender su mundo peculiar, estamos mostrando, en pequeña escala, el conocimiento y cuidado que Dios le dispensa (Salmos 40:5; 1 Pedro 5:7).
Cuando nos involucramos en una conversación con un miembro de un pequeño grupo de inadaptados sociales, no buscando una forma de escapar sino insistiendo con preguntas creativas, ilustramos la cálida bienvenida que Jesús nos ofrece en el Evangelio (Romanos 15:7).
Cuando buscamos a quien sufre un duelo, no sólo en las semanas después de la pérdida, sino meses e incluso años después, escenificamos la curación y el consuelo continuo de Dios en un escenario reducido (Salmos 147:3; 2 Corintios 1:3).
Cuando visitamos una residencia de ancianos para escuchar sus historias (incluso si ya las hemos oído decenas de veces) nos convertimos en un símbolo en carne y hueso de la promesa de Dios "Nunca te dejaré ni te desampararé" (Hebreos 13:5).
Pequeños embajadores
Por supuesto, Dios puede usar su palabra para comunicar todas estas verdades acerca de sí mismo en ausencia de visitantes, y lo hace a menudo. Pero Dios adora esculpir su pueblo y convertirlo en imágenes de Él mismo, y enviarlas como embajadoras de su carácter. Le encanta traer a sus hijos a espacios donde los visitantes entran raramente: ya sea en un orfanato en África o en la cocina del otro lado de la calle, y revelarse mediante manos, abrazos, bocas y oídos.
Cada día, pasamos por delante de personas que podrían decir las mismas palabras que escuché en el orfanato: "Nunca nos visita nadie". Cuando visitamos a quienes sufren, imitando sistemáticamente a nuestro Padre y predicando su palabra, nuestro objetivo es no dejarles decir simplemente: "Alguien finalmente me ha visitado", sino dejarlos con la sagrada sensación de que, a través de nosotros, el mismo Dios los ha visitado.