¿Escribió Dios la historia que no querías?
¿Alguna vez has echado un vistazo a tu vida y pensado que nada va a mejorar?¿Que lo difícil se volverá más difícil y que lo bueno podría desaparecer? ¿Que ya no tiene sentido tener esperanza porque eso solo traerá desilusión?
Yo lo he hecho.
Cuando mi marido abandonó a nuestra familia hace nueve años, mis hijas adolescentes y yo estábamos muy afectadas. Nunca imaginamos que seríamos una familia fragmentada. Solo conocíamos familias bien constituidas, y de repente ya no estábamos más en ese grupo.
Luchábamos por encontrar juntas nuestra identidad y por establecer nuestra nueva normalidad. A mí no me gustaba la manera en la que estaba desarrollándose mi vida y me lamentaba por lo que había perdido. En mi mente, las familias que estaban intactas tenías hijos que buscaban a Dios. Se reían juntos y hablaban alrededor de la mesa durante la cena. Susurraban oraciones sinceras en la noche y respetaban la autoridad de sus padres.
Nuestra familia ya no hacía más esas cosas. En un momento dado, mis dos hijas no querían tener nada que ver con Dios. Dios las había decepcionado. No querían confiar en él otra vez.
La mitad de la historia
Sin embargo, el otoño pasado mi hija mayor Katie se fue por un año a servir al Señor en África. Hace ocho años, servir a Jesús hubiese sido inconcebible para ella. Hace ocho años, Dios ya no era real para ella. Hace ocho años, casi abandonó la fe.
El domingo cuando su iglesia la envió oficialmente, el sermón era sobre José. El pastor afirmó: “no se centren tanto en lo que Dios les ha quitado que no puedan ver o creer que Dios hará algo a través de ustedes”.
Esas palabras me impresionaron profundamente. Continuó con una cita del libro de Paul Miller A Praying Life [Una vida de oración]: “Cuando somos confrontados con sufrimientos que persisten, o incluso con problemas pequeños, de manera instintiva nos enfocamos en lo que nos falta, no en la mano del Maestro. A menudo cuando piensas que todo ha salido mal, es solo que estás en la mitad de la historia”.
A menudo cuando piensas que todo ha salido mal, es solo que estás en la mitad de la historia.
El año más difícil de mi vida
Esa frase siguió volviendo a mi mente durante el sermón. Es muy fácil centrarse en lo que falta y no en la mano de Dios cuando estás en la mitad de una historia. Cuando cada día se siente como una batalla insalvable, y los detalles del presente lo acaparan todo, es imposible imaginar que algo más está pasando.
Hace ocho años, estábamos en una parte terrible de la historia. Se sentía como una pesadilla interminable. De hecho, probablemente fue el año más difícil de mi vida.
Ahí en medio, lo único que podía ver era lo que había salido mal. Lo que Dios me había quitado. Lo que parecía irremediable y roto. Sentí que lo había perdido todo. No creía que Dios haría algo a través de mí o mis circunstancias. Mi marido no estaba, mis hijas eran un desastre y mi cuerpo estaba fallando. ¿Cómo podría salir algo bueno de este dolor inimaginable?
¿Por qué Dios no respondía?
Uno de los peores momentos para mí fue una tarde en 2010 cuando hablaba con mi hija mayor tratando de ayudarle a comprender lo que había sucedido. Le dije que Dios nos guiaría para salir de la actual crisis. Ella se puso en pie, me tiró una caja de pañuelos de papel y, mientras salía de la habitación, me gritó: “¡Deja de hablarme! ¡No sigas! No quiero saber nada de tu Dios”.
Me quedé sentada ahí, atónita. No sabía bien qué decir. Esta preciosa hija, que se había bautizado dos años antes, había decidido que mi Dios no era su Dios. Ella había orado, confiado y esperado que el Señor cambiara su situación familiar, pero nada había sucedido. En vez de eso, las cosas habían empeorado. Sus oraciones parecían inútiles y su fe se estaba desmoronando junto con nuestra familia.
Yo deseaba con todo mi corazón un final feliz, con envoltorio y todo. Un matrimonio restaurado. Hijos llenos de fe. Un cuerpo sin dolores. Estaba convencida de que mis hijas confiarían en Dios si él contestaba exactamente lo que habían pedido en sus oraciones. Después de todo, ellas querían cosas que agradaban a Dios. ¿Por qué Dios no respondía?
Noche tras noche, había orado sinceramente por ellas y con ellas. Me arrodillé junto a sus camas y hablamos juntas con Dios. Pero después de un tiempo, perdieron el interés en la oración. Nada parecía estar sucediendo.
Este no era el plan
Después de años de orar al parecer sin resultados, yo también estuve tentada a rendirme y dejar de pedir que las cosas cambiaran. Sabía que Dios estaba actuando, pero no podía ver ninguna evidencia de ello. Quería proteger a mis hijas y darles todo lo que pensaba que necesitaban para tener una fe firme, pero sencillamente no podía. Nada estaba bajo mi control. Lo único que podía hacer era rogarle a Dios y esperar.
Me desesperaba por mis hijas y por mí misma a medida que la oscuridad parecía oprimirnos por todos lados. Este no era el plan que yo quería para mi vida ni para la de ellas. Me sentía desamparada y desesperada porque no podía ver a Dios actuando en nada de eso. Me desvelaba de noche, asustada.
Podía confiar en Dios en lo relacionado a mí, pero ¿y mis hijas? Eso era mucho más difícil. Requería mucha más fe.
La historia no termina ahí
A pesar de mis temores, de manera muy gradual y a través de varios años, mis dos hijas llegaron a una fe profunda. Esta hija que no quería saber nada de “mi" Dios, buscó una relación con Él otra vez. Comenzó a asistir a estudios bíblicos. Su comportamiento mejoró. Hablaba de Jesús.
Luego comenzó a liderar un estudio bíblico. Dios se volvió “su” Dios otra vez. Y ahora sirve a Dios en África. En algún momento en medio de todo el dolor, Dios se volvió real para ella otra vez. Él la atrajo de vuelta. Esos años desesperados cuando Dios estuvo en silencio, no estaba ausente. Había estado ahí en todo momento.
Todos estamos en proceso. Todos estamos en la mitad de nuestras historias. No sabemos cómo van a suceder las cosas. Sin embargo, sabemos que ninguna cosa es imposible para Dios (Lucas 1:37). Él “da vida a los muertos y llama a las cosas que no existen, como si existieran” (Romanos 4:17, LBLA).
Pero al mismo tiempo, nuestras historias pueden verse distinto de cómo las planificamos. Puede parecer que todo está mal. Puede que no veamos a nuestros hijos volverse a Cristo, que nuestros matrimonios se restauren o que se curen nuestras enfermedades. Pero podemos confiar que Dios es parte de la historia. Él es el autor, organiza hasta los más pequeños detalles para nuestro bien último. Puede que no entendamos por qué suceden las cosas, pero podemos estar seguros de que Dios tiene un propósito glorioso para el sufrimiento que estamos soportando.
Yo aún estoy en la mitad de mi historia. Y tú también. Aunque ninguno de nosotros sabe las alegrías y pruebas que aún debemos encontrar, sí sabemos que Jesús estará con nosotros a través de todas ellas.
Y podemos estar confiados en que un día, después de que se escriba el último capítulo, nuestra historia será feliz de la manera más gloriosa posible.