¿Tenemos pasión por las personas?
“Pero Dios, que consuela a los deprimidos…” (2 Corintios 7:6).
Es maravilloso que Dios consuele a los abatidos, y que nos lo diga tan claramente. La idea de que Dios consuela no es folclore religioso; tampoco es un cliché espiritual que podamos utilizar cuando no se nos ocurre algo más específico que decir. Esta es una verdad que se ve claramente en las palabras de las Escrituras y se narra constantemente a lo largo de ellas.
Pero ¿cómo nos consuela Dios realmente? Es una pregunta importante. El consuelo, para que sea verdadero consuelo, debe ser tan palpable como nuestro dolor. El consuelo teórico no sirve. La idea del consuelo no nos satisface. Entonces ¿de qué manera puede el “Dios que consuela” consolar realmente a su pueblo?
El profundo mar del consuelo de Dios
Según las Escrituras, el medio principal del consuelo de Dios son sus promesas, que dan vida al alma (Salmos 119:50, 76) y que, desde luego, son la base de la misericordia sanadora y restauradora de Dios (Isaías 57:14-19, Jeremías 31:13, Zacarías 1:17). De hecho, tal como lo explica Jason Meyer en un sermón reciente, la frase que utiliza Pablo —“consuela a los deprimidos”— es una cita de la versión griega de Isaías 49:13: “Porque el Señor ha consolado a su pueblo, y de sus afligidos tendrá compasión”. Teniendo en cuenta el contexto de esta sección de Isaías, el medio que Dios usa para enviar su consuelo tiene que ver con su eterno rescate salvador. Dios consuela a su pueblo eliminando todos los obstáculos que les impiden tener gozo eterno en él. Él consuela a su pueblo perdonando sus pecados y haciéndolo efectivamente su pueblo: un pueblo restaurado para habitar en su presencia para siempre. La idea que aparece aquí es evangelio puro. Es definitivo, profundo, maravilloso.
Podríamos esperar que Pablo dijera similar en 2 Corintios 7:6, pero no lo hace.
La llegada de Tito
Pablo escribe, “Pero Dios, que consuela a los deprimidos…”, y en ese momento tendemos a pensar que seguirá con alguna verdad teológica profunda parecida a la de Romanos 8:28 o tal vez con un himno religioso corto como en Filipenses 1:20-21; pero para nuestra sorpresa, Pablo continua: “Pero Dios, que consuela a los deprimidos, nos consoló con la llegada de Tito” (2 Corintios 7:6).
Dios, el Dios que consuela a los deprimidos, consoló a Pablo enviándole a su amigo.
Pero Dios no sólo consoló a Pablo enviándole a Tito, sino que también consoló a Pablo porque Tito mismo fue consolado por los corintios cristianos. Aquí vemos diferentes niveles de consuelo: consuelo del Dios que consuela, que llega mediante niveles de relaciones humanas. Meyer comenta: “Dios es la fuente de consuelo, pero las personas son la cara (o el medio) del consuelo. […] Dios está detrás de todo consuelo, pero utiliza a otros para dar consuelo, lo que significa que Dios se encarga de construir relaciones. Dependemos completamente de Dios, y él generalmente utiliza personas para satisfacer nuestras necesidades”.
Personas comunes, con todas las circunstancias que las rodean y sus variables, son el medio a través del cual Dios consuela a su apóstol, y así lo explica el propio apóstol.
Las personas son importantes
No debe sorprendernos tanto que un mensajero de Jesús hable de esta manera, no si entendemos la santidad de las relaciones y que están en el centro del ministerio del evangelio.
Recuerden lo que nos dice Pablo al principio de 2 Corintios: su espíritu no tuvo reposo cuando visitó Troas porque no encontró allí a Tito, aun cuando una puerta se abrió para que pudiera predicar (2 Corintios 2:12-13). Recuerden que las iglesias gálatas preocupaban mucho a Pablo (Gálatas 1:6; 6:17) y todas las iglesias (suponemos que también las corintias) le causaban una presión constante (2 Corintios 11:28); pero luego Pablo dice que los creyentes tesalonicenses eran su esperanza, gozo y corona de gloria (1 Tesalonicenses 2:19) y el apóstol Juan dice en 3 Juan 4: “No tengo mayor gozo que éste: oír que mis hijos andan en la verdad”.
Para bien o para mal, la salud emocional de estos ministros del evangelio, al menos en parte, estaba ligada a otras personas (esta es por lo menos una razón por la cual el ministro del evangelio debe ser humilde: el trabajo requiere este tipo de vulnerabilidad). Las personas pueden ser una causa de preocupación o pueden ser el medio de consuelo, el consuelo real del Dios que consuela a los deprimidos. De cualquier manera, una de las cosas que aprendemos es que las personas juegan un papel importante en nuestras vidas.
A los ministros del evangelio se les recuerda, en tanto que están tan ocupados con el ministerio, que las personas son realmente importantes. Me refiero a personas de verdad, personas con cara y familias y uñas en los pies. Personas con emociones frágiles y personalidades extrañas y zapatos sucios con chicle rosado pegado en la suela. Estas personas son importantes; es importante lo que piensan, lo que deciden, lo que dicen. Importan.
Un compromiso sagrado
La pregunta para los ministros del evangelio que siguen el ejemplo de Pablo acaba siendo si entendemos este punto tan fundamental. ¿Será posible que con frecuencia caigamos en la tendencia de los medios populares, que se enfocan más en cómo se interpretan las cosas en lugar de en las personas que las escuchan? ¿Nos preocupamos más por cómo redactar el próximo tweet que por los problemas que afectan a nuestros amigos? ¿Dejamos que las personas nos afecten de la forma que afectaban a Pablo? ¿Sentimos la misma pasión por las personas para quienes trabajamos que por el trabajo mismo?
Ahora bien, ¿Pablo hubiese estado bien si algo malo le pasaba a Tito? ¿Hubiese logrado sobreponerse si los corintios hubiesen cerrado su mano y rechazado hacer una ofrenda para los santos? Seguro que sí, hubiese perseverado a pesar de ello. Pero como Aslan le dijo a Lucy en Las crónicas de Narnia, lo que podría haber pasado, no nos corresponde saberlo en realidad.
Lo que encontramos en las Escrituras es que Tito llegó y los corintios se congregaron con él. Gracias a estas relaciones y sus resultados, Pablo es testigo del consuelo del Dios que consuela.
Y si vamos a ser ministros que imitan a Pablo (Filipenses 3:17), eso seguramente signifique que en algún momento, por medio de alguien, podremos decir algo como lo que él dijo.